Quizás hayan visto ustedes a mi madre bailando un vals sobre la pista de hielo del Rockefeller Center. Tiene ahora setenta y ocho años, pero es delgada y vigorosa, y lleva un traje de terciopelo rojo con falda corta. También usa medias de color carne, gafas, una cinta encarnada para sujetarse el pelo blanco, y baila el vals como uno de los empleados de la pista de patinaje. No sé por qué me desconcierta tanto que baile el vals patinando sobre hielo, pero lo cierto es que así es. Siempre que está en mi mano procuro no acercarme a esa zona durante los meses de invierno, y nunca como en los restaurantes que hay junto a la pista. Una vez, cuando cruzaba por allí, un desconocido me cogió del brazo y, señalando a mi madre, dijo: "Mira a esa vieja loca." Fue una situación muy embarazosa. Supongo que debería felicitarme por el hecho de que se divierta sola y no sea una carga para mi, pero a decir verdad preferiría que hubiese elegido otra ocupación menos llamativa. Siempre que veo a simpáticas ancianas arreglando crisantemos y sirviendo el té, pienso en mi propia madre, vestida como las encargadas de los guardarropas de los night clubs, girando sobre el hielo de la mano de un asalariado en el centro de la tercera ciudad más poblada del mundo.
John Cheever, El ángel del puente, Relatos II
2 comentarios:
no será cafayate, al pie de la foto??? es que sos tan K que se te nota
jaja
jfg
upsi!
que sería de mi sin correctores tan atentos...y sin los K, of course...
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